viernes, 10 de mayo de 2013

Ocaso de Sirenas Esplendor de Manatíes


Por: Rubén Aguilar

Estudio minucioso y detallado que documenta con gracia e ironía el lento, a veces excesivo, proceso de decantación de las ciencias. Así, demuestra cómo fue necesario que pasaran siglos para que la leyenda de las sirenas pudiera ser puesta en su lugar.
10 de mayo de 2013



José Durand

Fondo de Cultura Económica (FCE)

México, 1983

pp. 239


El libro se publicó por primera vez en 1950.

El autor recoge fragmentos de textos de viajeros, conquistadores y científicos que hablan de las sirenas.  La mayor parte son del siglo XVI, pero también los hay de los siglos XVII y XVIII.

Desde los primeros relatos se da cuenta, de ahí el título de la obra, de la confusión que estos informantes tenían entre las sirenas y los manatíes. Asunto que después será aclarado por el “avance científico”.

El ordenamiento que se ofrece de estos textos nos permite ver, no sin dejo de ironía, el avance lento de la ciencia. Resulta especialmente interesante el capítulo dedicado a las representaciones de los manatíes.

En un estudio minucioso y detallado, que revela un gran conocimiento y erudición, el autor da cuenta precisa de los errores que originan esta confusión, que a través de los siglos pasan de un texto a otro.

El autor documenta, lo hace con gracia e ironía, el lento, a veces excesivo, proceso de decantación de las ciencias. Así, demuestra cómo fue necesario que pasaran siglos, para que la leyenda pudiera ser puesta en su lugar.

Al final como ocurre con otras tantas cosas nos enfrentamos a la realidad y resulta triste y provoca  desencanto que las sirenas no sean otra cosa que los manatíes.

La obra es muy amena y de una ironía deliciosa, pero también implica un arduo trabajo de investigación académica y un conocimiento profundo de la literatura de relatos de viajes.

Es un texto ingenioso, brillante diría, y la escritura elegante y refinada. Es, sin más, una hermosa pieza de literatura. Gocé mucho de la lectura de esta obra.

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En julio de 1978 tuve la oportunidad, invitado por  Jorge Durand, su sobrino, de hospedarme unos días en la casa de José, “Pepe”, Durand en Berkeley donde enseñaba literatura en la universidad y vivía con su esposa y un hijo de diez años.

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