viernes, 20 de abril de 2012

La expulsión

El autor -que fue jesuita- narra en una síntesis coherente el problema institucional y el drama personal de quienes fueron obligados a salir de la Nueva España y vivir en los estados pontificios cuando la expulsión de los jesuitas de los territorios de la corona española en 1767 y la posterior supresión de la Compañía de Jesús en 1773.
Enríquez desarrolla como tesis central que los jesuitas expulsados, desde el destierro, alimentan la idea de una identidad nacional; la de ser mexicano, un país que todavía no existe. Los mejores pensadores novohispanos del XVIII son buena parte de esos jesuitas desterrados: Clavijero, Maneiro, Alegre, Landivar. En el texto todos están presentes.
La construcción del libreto era difícil y Enríquez resuelve bien la secuencia y unidad a partir de la vida del padre José Ignacio Amaya, jesuita zacatecano, que vive la expulsión, estudia teología y se ordena en Roma. Se le destina a Rusia, donde Catalina II, La Grande, se ha negado a suprimir a los jesuitas. Ahí permanece hasta que con la restauración regresa a México en 1816.
La figura del padre Amaya ofrece a Enríquez la posibilidad de articular la expulsión (1767), la supresión (1773) y la restauración (1814) de la Compañía y en particular de la Provincia Mexicana. Le permite también que aparezcan Clavijero, Alegre y  Maneiro, que hablan con Amaya, el joven jesuita, sobre la patria y el futuro de ella, de la Compañía y la Provincia Mexicana.
El ritmo del texto, a partir de un lenguaje directo y claro, avanza vertiginosamente, con la fuerza de una cascada. La obra va de menos a más, siempre in crecendo, y nunca decae. Enríquez imprime una fuerza dramática creíble que se sostiene sin melodrama. La nostalgia de la tierra que nunca más se volverá a ver corre por todos los personajes. Es un dolor verdadero. La escena de Clavijero platicando con José Ignacio es síntesis de sentimientos, dolores y esperanzas.
El prólogo es Enrique González Torres, S.J. y la introducción de Alberto Ruy-Sánchez.

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