viernes, 1 de junio de 2012

¿Y México por qué no?


Los autores plantean que México no puede crecer hic et nunc, como sí lo hacen otros países de América Latina, por el sistema corporativista y por la sobrevivencia de las instituciones de gobierno del ancien régimen. Sostienen que éstas ahora sirven para administrar, pero no para gobernar y que los presidentes Salinas, Zedillo, Fox y Calderón no asumieron como una prioridad transformarlas. Se han hecho cambios tan importantes como la apertura económica, la reforma electoral, la alternancia y la real división de poderes, pero nadie se ha propuesto la transformación institucional a fondo.
Una vez que dejan asentado el punto anterior enfocan todo su esfuerzo en demostrar cómo el sistema corporativista mexicano creado en los años treinta, agotado en los setenta, y presente al día de hoy es la razón fundamental que “cierra el paso al crecimiento, al Estado de derecho y a la seguridad, a una mayor igualdad y a una menor pobreza”. La presencia de los monopolios, mal congénito de México, es el principal obstáculo para el crecimiento y la mejor distribución de la riqueza. Aclaran que con esa palabra, más allá de las definiciones formales, quieren caracterizar la concentración casi absoluta del poder en muy pocos actores, que también incide en la ausencia de la toma de decisiones del gobierno.
En su análisis establecen tres pilares monopólicos del sistema corporativista mexicano: el económico, el sindical y el partidario. El primero y al que dedican un mayor espacio es al monopolio económico. En el país unos cuantos imperios corporativos, públicos y privados, dominan por completo al sector.
Los autores aseguran que para asentar un golpe a los monopolios económicos existen tres posibilidades. La primera es optar por su desintegración tal como se ha hecho en diversos momentos de la historia de Estados Unidos. Esta podría ser la solución al caso de Telmex.
La segunda es que el gobierno abra a la competencia a los monopolios privados. El conceder una tercera o cuarta cadena de televisión rompería el actual duopolio. De la misma manera que la entrada de más bancos quebraría la concentración actual donde sólo cinco tienen el 77.7 por ciento de los activos bancarios.
La tercera es que el gobierno someta a la competencia, no a la privatización, a los monopolios estatales. Se obligaría a competir a PEMEX, CFE y LyFC. Debe posibilitarse también que diversos proveedores presten servicios de salud a los que está obligado el gobierno. Éste no renuncia a su obligación, pero si rompería el monopolio ahora concentrado en el IMSS y el ISSSTE.
Para golpear al segundo pilar monopólico que es el  sindicalismo corporativista habría que hacer reformas legales. La primera sería la de eliminar la cláusula de exclusión, de adhesión y despido. Así el sindicato pierde el monopolio de la contratación y la liquidación de los trabajadores. Pueden, entonces, existir varios sindicatos en una misma empresa. La segunda es garantizar la elección secreta de los dirigentes; de la titularidad del contrato; del estallido de huelga y también transparentar las cuotas y hacerlas voluntarias.
El tercer pilar del corporativismo es el actual sistema de partidos. Los autores para derribarlo proponen suprimir el monopolio de la expresión electoral. Lo primero sería reducir el financiamiento público para los partidos y las campañas ahora que ya no compran spots. Lo segundo  facilitar el registro de nuevos partidos y al mismo tiempo elevar los actuales porcentajes de votación para permanecer. Lo tercero dar lugar a las candidaturas independientes como ocurre ya en muchos países.
A estos tres pilares del corporativismo habría que añadir el carácter monopólico de la inteligentsia mexicana. Se  explica por la inexistencia de una verdadera meritocracia. Por lo mismo tampoco hay una real competencia. No se da entre las universidades, las revistas, los periódicos. Se  produce, entonces, la comentocracia. Cualquiera y sin una obra que lo respalde puede opinar de todo. Los puntos de vista valen lo mismo. No se requieren méritos.
Para los autores con la ancestral concentración del poder en México “no es de sorprender el inmovilismo del país, ni tampoco sus consecuencias: magro crecimiento, pobreza persistente, desigualdad eterna, inseguridad e informalidad galopante”. Por eso al país urge un programa anti monopólico radical y concreto. Se debe “fincar en la ambición programática de desmantelar el verdadero reducto del ancien régime: esa estructura corporativista que le sirvió al país en el pasado, pero que tanto daño le hace hoy”. Castañeda y Rodríguez ofrecen una reflexión sugerente y provocadora, que resulta muy pertinente en el México de hoy. Es un texto que debe leerse. Contribuye a la búsqueda de los nuevos cominos que urgen en el país.
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