martes, 22 de noviembre de 2011

Daniel Sada Villarreal (1953-2011)

El viernes 18 de noviembre, el mismo día que se daba a conocer que era merecedor del Premio Nacional de Ciencias y Artes 2011 en la categoría de Lingüística y Literatura, falleció Daniel Sada. Su estado de salud le impidió enterarse de este reconocimiento.
Nació en Mexicali, Baja California, el 25 de febrero de 1953. En ese entonces su padre dirigía una despepitadora de algodón. Sus padres y los míos se hicieron muy amigos. Unos venían de Coahuila y los otros de Sonora. Los padrinos de bautismo de Daniel fueron mis padres.
La obra de Daniel lo sitúa como uno de los más importantes renovadores de la novela mexicana. Su Porque parece mentira, la verdad nunca se sabe, rompe todos los esquemas y se ubica como la gran novela mexicana de finales del siglo XX. Obra difícil, pero de factura excepcional.
Desde hacía años Daniel era preso de una enfermedad renal que cada vez se fue haciendo más grave. En los últimos meses pasó el tiempo entre el ingreso al hospital y la convalecencia en su departamento de la Colonia Condesa, siempre acompañado por Adriana Jiménez, su esposa, y  Fernanda, su hija.
Creador-inventor de un universo propio que tenía su geografía, ciudades, personajes y costumbres que sólo habitan en su imaginación y que trascribe al texto de manera única. Nadie narra como lo hace Daniel. Su producción es absolutamente original. Cada frase está labrada, hecha artesanalmente, con una elegancia y un ritmo notables.
Hace tres meses fui a visitarlo en su departamento sobre la calle de Amsterdam. Con él estaba la enfermera que lo atendía y poco después llegó su esposa. Se encontraba tranquilo y hablaba con optimismo. Sabía de la gravedad de su enfermedad, pero pensaba que podía salir adelante. Platicamos de la niñez en Mexicali, de las familias y sus historias, de su trabajo y escritos.
Daniel tuvo el privilegio de encontrase en la primaria con una profesora -vivía entonces en Coahuila- que lo introdujo a la literatura clásica, de la cuál era un gran conocedor. Él sabía muy bien quién era y lo que quería, sabía también que vivir como se piensa siempre implica costos, pero al mismo tiempo ofrece muchas satisfacciones.
En una entrevista planteó lo que casi nunca haría, jugando con el título de una de sus novelas: “Traicionarme a mí mismo. Ser insincero en mi manera de escribir, acoplarme a las exigencias del mercado, no vislumbrar lo que es mi mundo; es decir, adoptar una posición que me es totalmente ajena. Necesito escribir lo que sale de mi corazón, estrictamente”.
La literatura mexicana pierde con su muerte a uno de sus grandes renovadores. Deja una obra fundamental que ya es referente. Escritor, para escritores y no el gran público. Su pérdida es una verdadera tragedia para las artes mexicanas, porque era todavía mucho lo que podía dar y producir.
 Descanse en paz.

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