viernes, 10 de agosto de 2012

El último tango de Salvador Allende


El párrafo de la primera página establece, por si hubiera duda, el carácter de la obra: “¿Ficción? ¿Realidad? Aunque se apoye en la agitada historia reciente de Chile y en una profunda investigación del autor, este libro es una novela, y como tal habrá que leerla”.
Este acercamiento a la vida de Allende inicia cuando Victoria, hija de David Kurtz, una agente de la CIA que participó en la conspiración en contra del presidente socialista, le solicita, al borde de morir, vea una carta donde le pide que busque a Héctor, que fue su amigo cuando vivieron en Chile, para que le entregue sus cenizas.
Los hechos ocurren 35 años después del golpe militar contra Allende. Victoria con la carta deja una foto y un diario escrito en español que es lo único que tiene su padre, para encontrar a Héctor. Éste al ir traduciéndolo, ve que no fue escrito por Héctor sino por Rufino, que es un amigo de juventud de Allende.
En el entorno del Chile gobernado por Allende, enfrentado desde el primer día que toma el poder  fuerzas conspiradoras, se desarrollan muchas historias, entre ellas: La del país en esos años; la de Allende y Ramiro; la de Victoria y Héctor; la de David y Casandra.
El demócrata presidente socialista se enfrenta a la derecha, que lo considera comunista, y a la izquierda guerrillera, que piensa es débil por no recurrir a las armas, para radicalizar el proceso. Ante la crisis, la  solicitud de ayuda que Allende hace a Brézhnev, el líder  de la URSS, recibe una respuesta negativa.
Cuba a los rusos les sale muy cara y no están en condiciones de “financiar” otro proyecto socialista en América Latina. La crisis se profundiza y Allende pierde el control de lo que ocurre en Chile. El gobierno de Estados Unidos, liderado por Richard Nixon y Henry Kissinger, aliado con los militares encabezados por Augusto Pinochet, dan el golpe de Estado el 11 de septiembre de 1973. El presidente se suicida.
Allende, estudiante universitario, y Ramiro, un panadero, se conocen en el círculo anarquista que anima el zapatero Demarich, emigrante italiano, en Valparaíso. Se dejan de ver por años, pero Ramiro, que ya no puede hacer pan porque no consigue harina, pide trabajo a su amigo de juventud. Éste entra al servicio de la casa presidencial en Tomás Moro No. 200. Ahí empieza a escribir un diario sobre él, que resulta serlo también sobre el presidente.
Los dos hablan largo sobre la situación de Chile y sus problemas. Lo hacen en condición de iguales. Hablan también sobre la vida y los valores que fundan sus decisiones. Uno argumenta desde la realidad cotidiana, con los pies bien firmes en la tierra, y el otro desde la teoría y la utopía socialista por construir. En la conversación, de fondo, pero también como tema de discusión están los tangos.
En la novela los tangos y sus compositores e intérpretes  son personajes centrales. Ellos oyen los tangos de: Santos Discépolo, Gardel, Lepera y Manzi. Estos ofrecen, según  Allende, el mejor retrato de la realidad y también del ser humano. Ramiro escribe en su diario, no es un tema de conversación, de los amores del presidente; de su esposa Doña Tencha y de sus amantes La Payita y Gloria Gaitán.
David descubre que conoce muy poco de la vida de Victoria, su hija. En la búsqueda de Héctor, que lo hace viajar a Alemania y distintos lugares de Chile, reconstruye la vida de éste, pero también de ella. La investigación le permite ver de distinta forma realidad chilena y a entender de otra manera, una que nunca imaginó, su papel como agente de la CIA.
En Chile conoce a Casandra, que le lee las cartas, con quien entabla una relación. Al fin da con Amanda, la compañera de Ramiro, y se entera de que ellos son los padres de Héctor y que ellos desaparecieron en los días del golpe militar. David, a través de sus contactos, se informa que Héctor fue tirado al mar. David y Amanda en el inmenso océano, frente a Valparaíso, arrojan las cenizas de Victoria y flores para Héctor. Así, los dos se encuentran.
Sobre su novela, Ampuero -ahora embajador de Chile en México- dice que “la historia tiene mucho de interpretar el pasado y tiene mucho de ficción, de literatura. Lo importante, en el caso de figuras históricas, es hacerlo con decoro y seriedad. Que tenga plausibilidad. Y no es conveniente para la democracia de un país, que determinados personajes de nuestra historia sean considerados patrimonio de una corriente política y no puedan ser explorados literariamente desde otras posiciones. Lo que yo trato de hacer es acercarme a esta figura no desde lo político partidario, sino que a través de los sentimientos, de la sensibilidad, en este caso de Allende”.

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